Esas personas amargadas, que exudan un vinagre rancio, que nos apuntan con sus ojos como si nosotros tuviéramos la culpa, que por lo general son de mirada estrecha y parecen estar siempre dispuestas a amargarle la vida a los demás, no deberían donar sus órganos. Alguien podría llegar a morir por envenenamiento. Por suerte, las personas de este tipo que conozco, están muy lejos de cometer semejante acto de solidaridad.